miércoles, 15 de agosto de 2012
La función de la inteligencia es creadora. No debe, por ende, conformarse con la subsistencia de una forma social que su crítica ha atacado y corroído tan enérgicamente.
Ningún gran artista ha sido extraño a las emociones de su época. Dante, Goethe, Dostoiewki, Tolstoi y todos los artistas de análoga jerarquía ignoraron la torre de marfil. No se conformaron jamás con recitar un lánguido soliloquio. Quisieron y supieron ser grandes protagonistas de la historia.
El grande artista no fue nunca apolítico. No fue apolítico el Dante. No lo fue Byron. No lo es A. France. No lo es R. Rolland. No lo es G. Annunzio. No lo es M. Gorki. El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes , las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica.
La labor revolucionaria no puede ser aislada, individual, dispersa. Los intelectuales de verdadera filiación revolucionaria, no tienen más remedio que aceptar un puesto en una acción colectiva.
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